martes, 7 de junio de 2011

El fetiche de Magdalena

Por: Karla Alvízar

Escultura: Guillermo Colmenero© / Foto: Miguel Espino ©
Ese día su madre no pudo pasar por ella a la clase de ballet, así que la pequeña Magdalena tuvo que regresar caminando a casa. En realidad, no iba a recorrer una distancia muy larga; además, caminar era una de las prácticas que más disfrutaba, le parecía la excusa perfecta para perderse en ese raro vicio que tenía de contar los pasos que la conducían hasta su hogar.
El aire insubordinado abrazaba a la bella adolescente de ojos amielados y piel nocturna que emprendía su camino. La muchachita estaba ansiosa por descubrir la cantidad exacta de pasos que tendría que dar hasta llegar a casa. Sus piernas engreídas le otorgaban majestuosidad, sólo el fleco que adornaba su rostro advertía que aún era una chiquilla. Tan hermosa como ingenua, pensaba su madre.
Con la mirada afianzada en el suelo y ofreciéndole su belleza a los hombres de ojos pervertidos que andaban por la calle, Magdalena se concentraba en su peculiar actividad. Había numerado los pasos de más de la mitad de su trayecto, pero tuvo que interrumpir el entretenido conteo cuando escuchó a sus espaldas el motor de un vehículo que la seguía. Magdalena decidió mostrarse serena a pesar de que el miedo la estaba invadiendo. Un color blanquecino envolvió su piel y los ojos casi se le botaron. De pronto sintió que el aire se volvía pesado para detenerla, Magdalena caminaba más despacio, como esperando el inevitable momento del ataque. El vehículo la alcanzó.
Hola, preciosa le dijo una voz masculina me gustaría platicar contigo un rato. Prometo no quitarte mucho tiempo. ¿Podemos dar un paseo rápido en mi coche?
Una mueca de alivio le regresó la belleza a la chiquilla cuando el misterio terminó. El extraño hombre de camisa blanca y piel fofa y transparente le pareció insípido a la pequeña. Lo único que llamó la atención de Magdalena fue el tamaño de sus manos. Eran unas manos colosales, idénticas a las de su padre. Extraviada en su contemplación, Magdalena subió al coche. Observaba las manos pegadas al volante sin parpadear.
¿Cómo te llamas, linda? la  pregunta del desconocido la despabiló.
Magdalena respondió sonriente y sin dejar de ver las manos.
Magdalena, Magdalena dijo el hombre casi hablando para sí mismo. Tienes un bello nombre.
Lo sé. Es un nombre bíblico, señor Magdalena se sentía inteligente al explicárselo.
¿De verdad? Me fascinan los nombres bíblicos los ojos del extraño se inundaron de un brillo exaltado. Pero bueno, hablando de nombres dijo incorporándose a la realidad, yo me llamo Patricio, linda. Un placer.
Él continuó hablando un largo rato después de la breve presentación.
Soy dueño de una agencia de modelos y estoy organizando un desfile de modas. Disculpa el atrevimiento, pero tienes un cuerpo hermoso, eres perfecta para lo que estoy buscando.
(…)
 Acaparaste mi atención enseguida, por eso me atreví a hablarte.
Patricio no tardó en convencer a Magdalena. Sólo era necesario que al día siguiente le tomaran unas fotografías para incluirla en el catálogo de la agencia.
Ahorita te anoto la dirección del lugar dijo Patricio buscándose una pluma que no quiso aparecer. Puedes decirle a tu mamá que te lleve, para que no desconfíe y guiñándole un ojo, sonrió.
El paseo en automóvil no fue tan rápido como Patricio había sugerido. Después de que Magdalena aceptó, el hombre le espetó una pregunta poco habitual.  
 Ahora dime, ¿te parezco atractivo, preciosa?
Magdalena no reaccionó con asombro ni pudor. Había vuelto a prestar atención a las manos inquietas del hombre; con la misma concentración con que contaba sus pasos al caminar, observaba cuidadosamente la textura demacrada del par de manos paternales. Era como si Patricio no existiera, sólo sus manos estaban presentes en los ojos de la niña, que ya era ajena a su conciencia. Magdalena estaba hechizada.
La relación que yo tengo con mis modelos es estrictamente profesional. Magdalena no respondió ¿Sabías que nos damos besos en la boca aunque no seamos novios? Y eso no tiene nada de malo. En este medio eso es de lo más normal.
¿En serio? dijo Magdalena sin quitar la vista de las manos de Patricio.
¡Claro!, hacemos eso y otras cosas más, hermosa. ¿Y sabes qué?, tú puedes convertirte en una de mis mejores modelos, si lo deseas; pero para eso, debes pasar por un par de pruebas, ¿te gustaría darme un beso? dijo Patricio barnizando con la lengua sus labios flácidos y malformados.
Magdalena, sin dejar de ver las manos, dijo que sí. Mientras esperaban el semáforo para dar vuelta en la calle principal, se besaron. La adolescente sintió unos labios empapados de saliva caliente destripando los suyos. La lengua se le clavó en la boca desprevenida y fisgoneó sin reservas. Patricio le mordió los labios un par de veces. Le mordió también la lengua y al final le succionó la boca entera como si se la quisiera arrancar. Un escalofrío acarició todo el cuerpo de Magdalena en un instante. Esa fue la experiencia de su primer beso.
Cuando Patricio advirtió que Magdalena se sometería a todos sus apetitos sin respingar, decidió buscar un lugar poco transitado para estacionar el vehículo. La adolescente observaba cada vez con más afán las manos que servían de adorno a ese cuerpo sin chiste. Sus ojos encandilaban a Patricio que motivado le pidió cumplir todos sus deseos. Así fue como Magdalena mostró por primera vez su torso desnudo a un hombre. Patricio se apresuró a succionar las pequeñas esferas que apenas tomaban forma, luego las apretó con sus manos codiciosas. Sin dejar de apretar, acercó su cara al sexo de la jovencita y le pidió que se lo revelara. La embelesada, que no dejaba de ver las manos amasando sus infantiles senos, obedeció la orden. Una naciente grieta se asomaba altanera, Patricio se convenció de que había sido creada por una deidad. La sola contemplación de esta insignia provocadora desató una rebelión en su vientre. Las manos se cansaron de manosear los pechos y se dirigieron apresuradas a la fisura pulposa. Magdalena cerró los ojos. La cara de su padre apareció en su mente. Así llegó al éxtasis.
El encuentro concluyó. Ninguno de los dos habló durante el trayecto de regreso al lugar donde se conocieron. La naturalidad con la que actuó Patricio llamó la atención de Magdalena, que se echó una pastilla de menta en la boca mientras se alistaba para bajar del coche.
Entonces, nos vemos mañana para la sesión de fotos, ¿verdad? dijo asomada por la ventanilla, intentando mostrarse despreocupada.
Ah, sí. Ahí te espero. Arréglate mucho le dijo sin voltear a verla.
Magdalena caminó las últimas tres cuadras hasta su casa. Contar sus pasos ya no le parecía interesante. Prefirió reconstruir en su mente cada instante que había pasado en el coche con las  manos de Patricio. Bosquejó una discreta sonrisa cuando recordó que aquel hombre jamás le dijo dónde sería la sesión fotográfica. Estaría feliz de ver a su padre al llegar a casa.

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Karla Alvízar nació en Torreón, Coahuila el primer mes del año 1987. Es egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, lugar donde terminó de descomponerse. Se licenció en la carrera de ciencias de la comunicación y posee el récord más alto en la historia de materias recursadas y exámenes de última oportunidad presentados.
Asiste al eterno diplomado en creación literaria ofrecido por la Dirección Municipal de Cultura de Torreón y es miembro fundadora del taller de cuento de los martes en casa de Jacobo Tafoya. Ha participado en eventos literarios presentando libros de escritores locales. Sigue en la búsqueda de su propia voz (como todos), y no sólo en literatura, pues  el perfil artístico de Karla Alvízar es bastante versátil: además de incursar en estos pantanos de las letras (y antes de), es actriz (Colectivo Ciir).

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