lunes, 6 de junio de 2011

Los zombies también bailan


Por: Raúl Blackaller


Miguel Espino ©
1
Tengo un sueño recurrente, voy por calles desconocidas de casas muy grandes, algunas con amplios jardines y otras con azotantes bardas. De los jardines y las bardas, como hordas de mongoles se derraman horribles zombies por todos lados y comienzan a perseguirme. La angustia es demasiada, busco un lugar para esconderme, corro y no llego a algún lado. Me pierdo en una casa amplia de grandes ventanales y me escondo entre ropa. Despierto envuelto entre las sábanas sudadas, con el corazón latiendo alocado, me espero un rato para volverme a dormir. Porque sé que si me duermo inmediatamente volveré al sueño.
Me despierto, son las siete de la mañana, enciendo la televisión, Barney trauma a más niños ¿y a mi me echan la culpa?
El agua fría de la regadera no sale tan fría, en mi desierto en el verano no se requiere nada que caliente el agua de la regadera. Me considero oficialmente despierto en cuanto cierro las llaves de la regadera. La cita es a las 9:30, tengo tiempo suficiente. Me visto con unos jeans y una polo azul, zapatos y cinto del mismo color negro. ¿Me veo lo suficientemente necesitado de trabajo? ¿Tengo que ponerme algo más formal? Decido que no, sólo me cambio los jeans por unos dockers caqui. Bajo a tomar el desayuno, abro el refrigerador y no encuentro nada apetecible, imagino a la señora de los hot cakes saliendo de la caja diciendo: ¿¡Qué quiere de desayunar hoy mi negro!? Desgraciadamente lo mejor que puedo hacer es servir en un tazón cereal y leche.
Veo el reloj son las ocho, todavía queda una hora y media, el trayecto lo hago en quince minutos, así que tengo una hora y quince todavía. Enciendo la radio en el noticiero de algún ingeniero pseudo intento de periodista y me siento en la sala. Me quito los pellejos de los dedos con las uñas, me hurgo la nariz y me arranco algunos pelitos con lo que me lloran los ojos, ¿debí de ponerme traje? ¿Cuál traje? Sólo tengo el de mi graduación. ¿Una camisa? Sólo tengo la de mi graduación y la que me regaló mi tía y que me queda grande. La ansiedad me carcome, comienzo a sentir duro el estómago. Saco mi celular y abro un juego de carreras de coches, nunca gano. Cuando regrese limpiaré esa esquina, mira dónde dejé el recibo del agua, ayer lo buscaba como loco, por eso no pagué el agua y el dinero me lo gasté en el casino, al rato le pido dinero a mi papá otra vez para pagarla. Escucho que el peso está fuerte y los peligros al respecto, que el político en campaña le tira lodo a su contrincante y el árbitro de la contienda electoral debe multarlos. Y que debo visitar tal hotel, debo comprar tal crema y depositar mi dinero en tal banco. Pero ni viajo, ni uso crema y ni dinero para depositar en el banco, si lo tuviera no me levantaría tan temprano ni me pondría pantalón de vestir. No tengo ni credencial para votar. Apagué la radio y salí con 45 minutos de antelación a mi cita. Hice 15 minutos en el trayecto, llegué 30 minutos antes, me quedo en el coche unos minutos escuchando música en la radio “Todas las flores” de Presuntos Implicados, la voz de Sole Giménez es idiotizante. Sigo la letra meneando la cabeza de un lado a otro, como prototipo de niño Disney. Hace dos años acabé la universidad y ésta es mi primera entrevista de trabajo. Me gradué con buenas notas de la carrera de administración y aquí me encuentro para un trabajo de archivo. La empresa es muy grande así que tengo oportunidad para poder escalar puestos. Soy la muestra de la negación del mea culpa institucional con lo que escudan su incapacidad de crear empleos atractivos para chavos capaces, inteligentes y modernos que no nos conformamos con cualquier cosa. Aunque mi padrino estaba muy preocupado por toda la campaña de desprestigio hacia los que nos tomamos las cosas con calma y nos resistimos a ser expulsados de nuestro paraíso (luego nos señalan de ateos, somos más adanes que Adán, nosotros no caemos en la tentación del bien y del mal, estamos más allá de eso, por eso seguimos en el paraíso). Me habló con su voz rasposa de fumador y me dijo que había una vacante en el archivo. La empresa donde trabaja es una de las más grandes del país, extrae plata y metales. Me emocioné poco con la idea ¿para eso gasté cinco años de mi vida estudiando administración? ¿Para acabar en el archivo?
Quedaban 10 minutos para mi cita, decidí buscar la oficina de recursos humanos, ¿qué tal que me perdía?
Llegué 8 minutos antes, “tan impuntual es el que llega temprano como el que llega tarde”, me repetí una vez más en mi cabeza. Me senté donde me dijeron, una belleza de mujer me atendió amablemente. La vi de espaldas de pies a cabeza y maldije al que decidió que de uniforme debía llevar esa falda. Pinche jefe caliente, la falda era corta, recta y ajustada, no dejaba nada a la imaginación o más bien solamente lo justo necesario. La blusa era escotada y ajustada, ¿realmente será muy competente en su trabajo? ¿O la contrataron con sólo verla? −Se verá genial en uniforme. Habrá dicho el jefe y la contrató de inmediato. Lo volví a maldecir cuando me lo imaginé diciéndole: −señorita Blanco, prepárese para el viaje de negocios, habrá concurso de camisetas mojadas y ya ve que a usted tanto le gustan.
−El Licenciado Rojas lo verá en seguida. Me dijo y su voz sonó más dulce, (definitivamente trabajaría aquí sólo para verte chiquita). Caminé a la oficina alfombrada con muebles de madera, odio que las oficinas pongan como adornos esas cosas que se mueven con imanes, la navecita espacial que da vueltas y vueltas sin parar. Algunos impulsados con pilas. Una figura de un jugador de golf en el escritorio, una foto familiar y una laptop. −Soy el licenciado Verduzco− me presenté. −Vengo por lo del trabajo en el archivo.
−Ah, si. Siéntese. Aquí tengo su curriculum. Se graduó hace dos años ¿qué ha hecho desde entonces? (Dormir, comer e invertir mi tiempo cultivando relaciones sociales en la red)
Puse mis manos sobre los descansa brazos de la silla en señal de que no tenía nada que ocultar (lo leí en una página de Internet).
−Buscar trabajo, ya ve que en estos días son difíciles. Luego la crisis.
−Bueno, no le voy a mentir, no me impresiona su curriculum, pero tampoco el trabajo requiere mucho IQ ni mucha experiencia, el sueldo tampoco es mucho y viene recomendado. No veo por qué hacer la charla más larga, tengo una junta en cinco minutos. Su jornada comienza a las 7 y termina a las 5 con una hora para comer, semana inglesa de lunes a viernes. Su sueldo será de 1,500 pesos a la semana, ¿Cómo ve?
−No, ps esta bien.
−¿Alguna pregunta?
(¿Y la secre, cuánto cobra, me la rebajan de la nómina, es facilota, es de agrapa, a las cuantas copas se le desabrochan las idem?)
−Mañana, ¿Dónde me presento?
−Vaya con mi secretaria, dígale que lo lleve con el Ingeniero Morado, él le señalará su lugar de trabajo.
(Conozco unos moteles donde podríamos elevar la producción)
−Ah, claro, ¿el Ingeniero Morado?
−Ajá, hasta luego y bienvenido.
(Bien venido, eso quisiera)
Le comenté a la hermosa señorita Blanco la encomienda y la seguí, no pude quitar mi vista de ese vaivén de sus caderas, la falda le cernía la cintura, le cortaba el talle, le alargaba las piernas, le realzaba el busto bien proporcionado, coronado por un camafeo, parecía antiguo, vaya monumento de mujer. La música salía de sus zapatillas de tacón, tan altos que parecía estar encima de una montaña. Le admiré su cuello, tan sensual y moreno. Su boca tímida, sus dientes grandes, sus ojos rasgados y negros, me los comería a pedazos.
De pronto ya estábamos ahí, no supe ni cómo llegamos, era otra oficina espaciosa pero de color diferente, un poco más descuidada, llegué a un rango inferior en la cadena alimenticia del organigrama.
La señorita Blanco se dio media vuelta y se fue, por un momento me sentí triste, la seguí a través del pasillo, su cabellera negra envuelta en un chongo, me imaginé quitándole los broches y su cabello llevado por el aire, me miraba y sonreía mientras se acostaba boca abajo en la cama, completamente vulnerable.
—Este será tu escritorio ¿Alguna pregunta?
Se habían quedado muchas imágenes impresas en mi mente para más al rato que estuviera solo, mhm, limpié mi garganta y me sentencié. Concéntrate.
—Exactamente, ¿qué voy a hacer?
—Otra vez —lo dijo con un tono lleno de hastío ¿ya me lo había explicado? —Acomodar esos archivos por fecha, capturarlos en la computadora, acomodarlos en cajas y llevarlos hasta esos estantes.
—Ok, ya está entendido.
—Eso espero.
—¿Cómo se llamaba el que trabajaba aquí?
—¿Pedrito? Murió la semana pasada.
—¿Trabajó aquí toda su vida?
—Hasta que lo hallamos sin vida sobre ese mismo escritorio, trabajó hasta el último suspiro.
—Aquí mañana, ¿verdad?
—Por mí te puedes quedar ya, pero si te dijeron que vinieras mañana te espero a las 7.
—¿Me dirige a la salida? (contuve las ganas de llorar, ya ni el recuerdo de la señorita Blanco podía consolarme)
El hombre dio un fuerte suspiro y me llevó a la salida.
Tuve una fuerte sensación en el estómago todo el día. Estaba a punto de comenzar un trabajo que no me gustaba. Pero que no me quedaba más remedio, es eso o seguir siendo señalado por todos lados. Como un rehén en boca de los políticos que lo que deberían hacer es crear empleos, mejorar la economía, no ver lo que el producto de la frustración y de unos padres sobrerresponsables han hecho de nosotros. Mi madre murió hace algún tiempo y mi padre jamás me ha pedido que trabaje. ¡Pero lo voy a hacer por orgullo! y ver si puedo hacer pasar por armas a la secre del jefe, me merezco una recompensa, ¿no?

2
No he podido ni acercarme a la secre esa. Ya supe que tiene novio, un tipo de lo más engreído, trabaja en la misma compañía pero en otro departamento, es un perdedor. ¿Qué jefe no es responsable y se sienta en las piernas a todas sus subordinadas? El trabajo no es como lo había pensado después de todo. ¿Qué motivación tengo para subir de puesto? Nos han dado pláticas al respecto, ahora resulta que hasta delito es y que la empresa despide al que acose a cualquier mujer u hombre. Entonces, si no querían que los jefes acosaran a sus secretarias ¿por qué les han puesto esos uniformes? Eso resulta cruel por donde lo vean.
¿El trabajo? Es mecánico, no uso más de 2 neuronas. Pero lo mejor de todo es que la gente me ve diferente, ahora pertenezco a la gran clase trabajadora, dejé de ser una estadística prostituida por todos los políticos, como si dijeran ¿Quieren echarle la culpa a alguien? Échesela a los ni-nis, ellos son los culpables de la crisis y hasta del crimen organizado o de que cacharan al político aquel en un motel con su amante, por culpa de un sin quehacer con cámara y perfil en Facebook y Twitter.
Antes éramos desempleados ¿desde cuándo mutamos en ni-nis? Todavía me considero uno, no creas que por tener un uniforme y trabajar de 7 a 5 de lunes a viernes soy un flamante trabajador. Es para que la gente me vea con dignidad. Ahora hasta dos o tres pretes tengo. Buitras, feas, fofas, que las quiera una hiena.
Hace unos días escucho una leyenda en la oficina, no he puesto mucha atención. Estoy muy ocupado en mis cosas, como por ejemplo, encontré un video porno con una vieja muy parecida a la secre del jefe, mi plan es pasarlo a todos, anónimamente claro, en la cinta se ve a la actriz haciendo un striptease en una cama, simulando un tubo y restregándole el cabello en el pecho del hombre que acostado en la cama no puede ocultar su erección, la música es horrible yo hubiera escuchado algo de Lovage o de Aretha Franklin, aunque no puedo despreciar al buen Barry White. Ya se, ya se que las películas porno tienen fea música para no pagar derechos. Crearé una cuenta falsa de correo, luego en un café Internet lo pasaré a todos en la oficina, no sin antes dejar un laberinto de nodos y direcciones IP. No podrán rastrearlo, así chance y corte al noviecillo ese. Luego ya veremos. O si no de plano, me divierto un poco, me lo merezco, ¿ok?
Lo que si sé es que poco a poco todos en la oficina comienzan a verme raro. Comentan cuando paso a un lado de ellos que ya me está pasando, algo se me nota en mis ojos, que mi piel se va poniendo verde, lo que me recordó a Hulk, frente a un espejo compararía mis bíceps, claro, sería tan cómico que mejor no lo hago. Ya sé que estoy guapo y que mi aspecto es imponente, pero… no, lo hacen con una leve repugnancia en sus gestos. Han dejado de invitarme a sus fiestas y reuniones. Me estoy preocupando.
Tengo que dejar de ver porno en Internet para ponerme a investigar. La primera pista del asunto es Pedrito. La otra vez deduje de pláticas con los compañeros que no había muerto tan anciano, trabajo en el departamento con más rotación por decesos en la planta. Cuando el Ingeniero Morado me platicó sobre él, lo imaginé a punto de su jubilación, el cabello canoso y todo arrugado igual al director de Hogwarts en Harry Potter, con 80 años sobre su espalda, con el rostro plantado sobre el escritorio presa de un paro respiratorio o algo semejante. Pero, según indicios, no tenía más de 30 años. Y ni cinco años trabajando en la planta. Tragué saliva, algo sucede aquí.

3
El resultado de mi investigación arrojó interesantes datos, todos mis antecesores en el trabajo habían muerto antes de cinco años de haber estado en el departamento, pero lo más extraño de todo es que nadie se atreve a hablar más allá de la muerte del empleado, evaden todo tipo de preguntas, a punto estaba de dejar mi trabajo detectivesco cuando un compañero de trabajo con el que jugaba softball derramó un poco la sopa sobre el misterio.
—¿Has escuchado la historia de los zombies?
—Fuera de que me recuerde un par de videojuegos, un sueño extraño que tengo desde mi niñez, Rob Zombie: un tipo extraño, barbón que canta y dirige películas gore o la voz de Dolores O’Riordan. No, no he escuchado nada al respecto.
—Existe una leyenda que dice que hay algo en el archivo que convierte a las personas en zombies, lo más extraño de todo es que dicen: murió Pedrito, pero nadie ve el cuerpo, una ambulancia, al servicio forense o al médico. Las personas sólo desaparecen. Dicen que las llevan al sótano, a la Castañeda le dicen, convertidas en zombies o locos. A la familia la indemnizan con una buena cantidad y contratan a otra persona que se haga cargo del archivo. A veces dicen que la familia está de acuerdo, es como cobrar un seguro por el sacrificio de un hijo.
—Es una simple leyenda.
—No lo tomes en saco roto, yo he estado cerca de donde dicen que puede estar, y se que hay algo ahí, lo resguardan muy bien. Aunque nadie está seguro de eso. Yo conozco a los papás de Pedrito, no tenían en dónde caer muertos. Pedrito llega a la empresa, trabaja cinco años, dicen que se murió trabajando y ahora los señores viven en una colonia de casotas grandotas, de esas que pueden tener un jardín por enfrente y por atrás. Yo creo que sus papás lo sacrificaron, suena cruel, pero, ¿cuántos no lo harían para salir de la pobreza? El hambre duele, de verdad, el hambre duele.
—Pero perder a un hijo debe doler más.
—Pero ¿si el hijo no tiene futuro? ¿Si es como un mueble más de la casa? ¿Nunca has empeñado algo?
Me quedé en silencio, se levantó a jugar la tercera base y me quedé en la banca como siempre. La primera clave era Pedrito. Tenía que indagar hasta dar con el origen de todo esto, ¿por qué simplemente no huía? Porque ésta historia me volvía loco, si descubría el complot corporativo, ¿saldría en la tele? A lo mejor ya me toca tener mis 5 minutos de fama. O mejor aún podré tener mi página de Internet donde desvelo los grandes misterios de las corporaciones o mejor aún, un reality show. Y soy yo el que compra su casota en el barrio donde las casas tienen patio adelante y atrás como en mi sueño.
Necesitaba acceso a información, tenía Internet, pero por más que buscaba no me ofreció las respuestas que buscaba. Entonces recordé que muchas cosas pasaban por mis manos, los archivos, en los archivos debía haber indicios.

4
No tuve hermanos, soy hijo único, mi padre era empleado en una ferretería. Los días de calor (casi todos) se dedicaba a dar mantenimiento a aparatos de aire y también hacía algunas chambas de jardinería. Es un hombre honrado y humilde. Me dio una profesión pero también está convencido que no debo trabajar en lo mismo que él. La oportunidad que me ofreció mi padrino la vio con un poco de desdén. Está seguro que puedo hacer más que un empleado de archivo. Trató de convencerme de no aceptar el trabajo, pero le dije que ya estaba cansado de estar sin hacer nada en la casa. Mandar curriculums por Internet no me había funcionado y que era un trabajo de mientras. Me aclaró que el trabajo en la ferretería también era de mientras y ya llevaba 14 años trabajando. Que no había trabajos de mientras.
De todos modos no tenía nada que perder, no creo que mi padre esté enterado del misterio, pero mi padrino seguramente lo está. Si me llega a pasar algo, mi padre no aceptaría dinero de la compañía, pero mi padrino si. De ser cierta toda la situación ya sé quien me empeñó.
Comencé a hojear los archivos que llegaban a mis manos con detenimiento. Memorándums, cartas, facturas, recibos, órdenes de compra, cedes de datos, contabilidad, recursos humanos, en fin todos los departamentos mandaban su papelería al archivo. Por mis manos pasaba todo lo que en papel y electrónico se hacía en la empresa.
No, nunca he sido afecto a la lectura, nada más de pensar en todo lo que tenía que leer me entraba un vértigo fastidioso. Mejor dejaba a un lado tan ardua labor y me enfocaba al lugar. ¿Dónde estará La Castañeda?

5
Nadie sabe, nadie quiere decirme. Todos me miran con ojos de compasión, no quiero renunciar al trabajo aunque todos dicen que debería hacerlo, debo llegar hasta las últimas consecuencias de esto. Antes, vivía imaginando que mi vida tenía un sentido, ahora realmente tiene un sentido.
De pronto, recordé la película de “La bruja de Blair”, unos estudiantes van por el bosque buscando una bruja con una simple cámara, fue el efecto de la simulación de la realidad el verdadero éxito de la película. ¿Podría filmar mi búsqueda? Busqué una cámara barata y que fuera funcional, en estos días eso no es ningún problema, encontré una videocámara Kodak Play Sport, sumergible. No sé para qué requeriría la sumergibilidad de mi cámara, pero el precio era accesible su tamaño de 5.8 por 11.25 y su peso de 130 gramos la hacían perfecta.
Comencé buscando al que derramó la sopa en el partido de softball pero ya no regresó a jugar, lo busqué en su oficina pero me lo negaban constantemente, ¿le habrán hecho algo? ¿Sabrán que abrió la boca? El asunto se tornaba cada vez más serio.
Gracias a que no ocultaba mis indagaciones y me ausentaba seguido de mi escritorio, mi jefe, el Ingeniero Morado me reprendió, pero nunca amenazó con despedirme. La compañía es demasiado grande, mi trabajo demasiado insignificante, soy fácilmente reemplazable pero parecía que no querían cambiarme. De pronto me sentí atascado, sin poder ir hacia ningún lado (ya debería estar acostumbrado). Seguí mi trabajo con el mismo entusiasmo con que hago las cosas siempre: medio somnoliento.
El sueño era mucho, no se si esto de trabajar aquí ya me esté afectando. Creo que lo primero para ser zombie es estar dormido o muerto. Estaba frente a la computadora y mis ojos no podían evitar cerrarse, sentía los párpados pesados. Los ojos arenosos, me lloraban. Seguramente estaban rojos y la luz me molestaba. La piel poco a poco comenzaba a ponerse verde. ¿Era mi imaginación? ¿Era la luz de la oficina? Después comencé a tener lagunas mentales, hacía cosas de las que no me acordaba, llegaba a lugares a los que no me acordaba haberme dirigido. Recibía cosas que nunca había solicitado.
¿Qué hacen los zombies? ¿Comen cerebros? ¿Persiguen a la gente con los brazos extendidos y la ropa raída? ¿Bailan “Thriller”? O simplemente la conciencia se duerme y hacen las cosas en automático como el personaje de Adam Sandler en “Click”. ¿Me estaré sugestionando? O en realidad me esta pasando.

6
Hace unos días que no se presenta a trabajar la señorita Blanco, desde entonces he extrañado su escote, sus ojos rasgados; su piel morena clara, como pan en su punto exacto. Tampoco recuerdo mucho de lo que he hecho estos días. Ahora mismo estoy trabajando pero no recuerdo de lo que hice hace diez minutos y no sé por qué tomo café y fumo un cigarro. No acostumbro a tomar café y fumar no me gustaba, creo que ahora sí. En mis brazos y piernas me descubro cicatrices, heridas vivas y no sé qué es lo que me ha pasado. Creo que es tiempo para el pánico. Pero poco tiempo tengo para abanicarme.
Comienzo a escuchar la música que sale del minicomponente en mi casa, “Hijo de la Luna” de Mecano, estoy cocinando al parecer varios huevos en la estufa, le apago porque están a punto de quemarse, salen un par de panes de la tostadora, veo que ya tengo varios en un plato untados con mantequilla. ¿Alguien puede decirme por qué estoy preparando tanta comida? ¿Qué hora es? ¿Tendré invitados a cenar? Estoy un poco asustado, desconcertado y pensativo. ¿Será como aquella película de Brad Pitt y Eduard Norton, “El Club de la Pelea”?
Es de noche y ya estoy en la cama, tengo sueño. Visto debidamente la pijama, la tele balbucea alguna incoherencia, al menos he estado en la casa sin salir.
Ya es de día, al cielo lo cubren algunas nubes oscuras, veo el reloj y aun es temprano, no hay mucho sol. Creo que no fui a trabajar. Me quedé en casa por alguna razón, es tarde para presentarme en la empresa. Escucho algunos gritos de la otra habitación, entonces recuerdo que no he visto a mi padre hace días, pero los gritos son de mujer.
Otra vez escucho música, estoy sentado en la sala, “Zamba para mi muerte” con Marta Gómez armoniza el ambiente. Pero me quedo sin aliento cuando descubro a la señorita Blanco en el sillón frente a mí, amarrada, la cara sucia, el vestido raído, llorando, suplicando. No levanta la mirada en ningún momento. Entonces descubro mi desnudez, mis brazos extendidos apoyándose a ambos lados del sillón. Ella agacha la cabeza casi a sus rodillas, las manos están atadas con cable al igual que sus pies. Llegarás sin anunciar, como el aire a mi canción, sólo déjame llevar, un pedazo de mi voz.
Estoy en la cama, está un poco oscuro, estoy atado de brazos y piernas completamente desnudo. La señorita Blanco, oh, la señorita Blanco se revolotea encima de la cama, baila al ritmo de “Sex (I’m A) de Lovage del álbum Music to Make Love To You Old Lady. Esto es de lo que estaba hablando, en la cabecera de la cama está mi cámara Kodak Play Sport, noto las heridas en sus brazos y piernas pero no me molestan, sigue bailando como si fuera una exótica, con un tubo imaginario. La música es sexy. La señorita Blanco me restriega el cabello en mi pecho y yo no puedo ocultar mi erección.
En mi mano hay una pala, llevo cavando un tiempo considerable, mi sudor cae sin cesar desde mi frente. Lo sacudo y me imagino lo que hubiera podido pasar. Me entra un escalofrío por la espalda, los vellos se erizan, me apresa la incredulidad. Pero de seguro no estoy cavando para sembrar un árbol. El hoyo que cavo tiene todas las características de una tumba, como las que salen en la televisión. Recuerdo a mi ausente padre y me dan ganas de llorar. Pero no puedo llorar. Entro a la casa, el minicomponente grita “Zombie Eaters” de Faith no More. Busco a la señorita Blanco. Escucho algunos ruidos fuera, alguien quiere entrar a la casa, la puerta se abre intempestivamente, veo mi padrino y al Ingeniero Morado corriendo hacia mí.

7
Es una habitación pequeña, no es la cárcel, las paredes son de concreto y la puerta de hierro tiene una pequeña ventana que sólo deja ver un largo pasillo. Hay tubos en el techo, rectos, completamente ignorantes de mi situación. Todo se ha vuelto absurdo, ¿qué me ha pasado? Ni el recuerdo de la señorita Blanco bailando desnuda puede consolarme. Me siento agotado, cansado como si hubiera luchado. Los brazos me dolían, los pies hinchados me temblaban, la cabeza parecía que me iba a estallar. No he tenido tiempo de pensar mucho en mi situación, todo ha sido tan rápido… o tan raro. Hasta ahora puede darme el vértigo de la situación, la claustrofobia de estar encerrado, y toda la angustia de no ser yo. Me jalo los cabellos pero no me duelen, el cerebro quiere abandonar mi cabeza. Cierro los ojos y siento como palpita. Me acuesto en el suelo,  tiro los ojos al piso, a ver si puedo consolarme. Una ojeada al piso donde me he sentado y veo algo escrito en la base donde se une el piso con la pared. Tenue, parece raspado con las uñas, dice: Bienvenido a la Castañeda.

8
Ahora es un sueño recurrente ambientado con música esquizofrénica de Elástica, luces estrambóticas, la señorita Blanco contoneándose profesionalmente en su falda de oficina, sin blusa, sólo con el sostén blanco de encaje. Sus ojos rasgados cerrados, mostrando su exceso de maquillaje. La boca entreabierta. Sangrando profusamente de las heridas en las manos y en los pies. Pero a ella parece no importarle. Ya no son leves heridas las que sangran, comienzan a ser ríos del líquido rojo, la cubren completamente, me acerco a ella muy preocupado, ella se voltea para mostrar que su cráneo está vacío y que del hueco cubierto de cabellos enrojecidos sale una cascada irreal. La celda se cubre rápidamente del nauseabundo líquido y me ahoga. Me despierto envuelto en sudor. Hay algo atorado en mi garganta que por más que me retuerzo apenas puedo arrojar. Lentamente se desliza una cadena dorada saliendo por mi boca. Un hilo de sangre se desliza por mi boca a la vez que sale un antiguo camafeo, lo reconozco en seguida, es la joya que coronaba el hermoso busto de la señorita Blanco. La cabeza no ha dejado de doler. No puedo acostumbrarme a las punzantes agujas que lo atacan. No sé por qué presiento que me iré y ya no volveré, el dolor se hace más agudo, mi piel se ha tornado de un color vómito espantoso. Los muros se hacen cada vez más lejanos…
Todo lo que escucho es el sonido de la televisión cuando no hay señal…
Todo lo que recuerdo es el baile. ¿Los zombies bailan?
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Raúl Blackaller es licenciado en Derecho pero docente por elección y vocación. Master en Educación, compulsivo por la escritura gusta de escribir: cuento, poesía, ensayo y novela. Publica cada mes en la revista Players of Life la columna: México Hoy; además ha publicado cuento y ensayo en Acequias y Estepa del Nazas.

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