miércoles, 27 de abril de 2011

Empleo del futuro*

*Cuento ganador del primer lugar del concurso Magdalena Mondragón, convocado por la UadeC; siendo jurado único Elena Poniatowska.


Por: José Lupe González

Still waitting for good times - Miguel Espino©
Pinche suerte, pinche mala suerte. Pensé que esta vez sería diferente. De seguro no me dieron el trabajo porque se dio cuenta que yo no era el que pensó. Seguro fue por eso. Por eso estoy aquí.
           Cuando me encontró en el pasillo antes de que yo entrara al despacho de la licenciada, me saludó de abrazo y todo. Entonces, rápido, supe que me estaba confundiendo; pero no quise sacarlo de su error. De seguro me confundió con alguien a quien estima mucho. Me preguntó lo que había hecho en tanto tiempo de no verlo, y hasta me pregunto por mi familia, que cómo estaban todos. Y yo, sorprendido, anonadado, no pude salir de mi estupefacción y sólo atiné a decir que la licenciada ya me estaba esperando para la entrevista. Fue en ese momento, si, en ése, cuando me preguntó que si iba a solicitar trabajo y le contesté que sí, y luego luego me dijo que saliendo de con la licenciada fuera a decirle como me había ido en la entrevista.
           Estoy seguro que tiene un puesto muy bueno, porque la licenciada me vio platicando con él y cuando empezó la entrevista me pregunto que si conocía al ingeniero Montano Elizalde; y yo, rogándole a Dios que no me preguntara más sobre ese encuentro le dije que sí, que ya lo conocía de antes. A esa respuesta, creo, se debió que me invitara un café y hasta unas galletas cuando me dijo las condiciones del trabajo, y a los cinco minutos mi contratación ya casi estaba decidida. Todo por aquel encuentro. Por eso pienso que el ingeniero Montano Elizalde ha de tener un puesto muy bueno. Todavía cuando fui a decirle el resultado de la entrevista me dijo que no me preocupara, que él iba a platicar con la licenciada sobre mi contratación. Pinche ingeniero. Por su culpa estoy aquí licenciado.
           Al ir por la calle me envolvió un contento, pero no era un contento cualquiera, el mío era especial. En aquel momento yo fui único, no como ahora. Pasé por la Morelos, allí por la Benavides; y vi a los que van a comer a ese restaurant y todos se me hicieron aburridos, cansados, eso les vi en la mirada. Estoy seguro que envidiaron mi alegría mañanera. Ese júbilo que revoloteó en mis ojos y se me escapó por la mirada y la risa y las palabras.
            Entonces pensé en mi papá y en Zandra, que al final de esto pagarían lo que costó esa equivocación. Pensé en ellos como ahora pienso.
           Yo ya quería quitar a mi papá de trabajar para siempre, ya quería hacerlo. Porque se me angustia el sueño nada más de pensar que amanezca muerto en el trabajo sin que nadie lo lleve al Seguro o a la Cruz Roja, porque mi papá ya está viejo y cansado, con reumas en el pecho porque padece de la  presión. Nada más de pensar que se puede descontrolar en el trabajo, solo, sin que nadie le ayude, se me retuerce la angustia.
             Mi papá sigue pagando el error de esa confusión con el ingeniero. El, porque sigue en su trabajo solitario de toda la noche y todas las noches allí donde trabaja de velador. Allí donde yo no le podré ayudar si le pasa algo. Allí donde no puede dormir en paz y no me deja dormir en paz a mí tampoco.
            Era la oportunidad de demostrarles que yo también los quiero. Rápido pensé en comprarle a mi papa unos zapatos nuevos y unas camisas allá en la fayuca y en darle para un radio nuevo o una grabadora para que oyera más a gusto el juego del Unión Laguna. Porque mi papá ya no está para andar trabajando. Ya no está para eso. Quise darle lo que hasta entonces no había tenido: descanso y la compañía del único hijo que tenía a su lado. Pensé nada más en darle mi sólida protección.
           Hasta comencé a fraguar planes. Tracé una estrategia para pintar la casa y arreglar los techos, porque el año pasado todos nos goteamos y hasta creímos que la casa se iba a caer; entonces sí que haríamos.
          Y me acordé también de Zandra, como no pensar en ella. Tanto que la necesito. Ojalá ella entendiera. Las últimas veces que estuvimos juntos me dijo que en su escuela tiene un pretendiente, que ya se le había declarado y que vive por Jardines de California; casi por donde empieza Torreón Jardín. Yo sé que todos los que viven por ese rumbo son de dinero, pero eso no me preocupó porque creo en el amor confiado que Zandra me tiene, soy un creyente de su mirada limpia, mi pecho es un fiel de sus latidos. Creo en ella como en la Virgen de Guadalupe. Lo del pretendiente en un principio no me importó. Me importó más lo otro que me dijo esa vez. Que a ella no le pasaría lo mismo que a su madre y a su abuela. Que desde jóvenes tuvieron que trabajar para mantener a la familia y ella no estaba dispuesta a eso. La verdad, lo último sí me asustó y creí que me iba a dejar si no me daban el trabajo.
         Entonces le platique lo del empleo y la confusión con el ingeniero Montano. Está la posibilidad de engancharme ahí, en esa fábrica, está la posibilidad y una esperanza para el futuro eterno, le dije. Le dije también que la licenciada  me pidió que volviera el miércoles. Y volví. Pinche mala suerte. Mejor me hubiera dicho que el jueves o el viernes. Total volví. Allí empezó la mala suerte. Esa que no deja que mi padre duerma en paz, allí empezó.
           El miércoles cuando volví a las once, la secretaría de la licenciada ya me estaba esperando. Me regaló una sonrisa de oficina y me pidió que la acompañara al despacho.
          Tomó una carpeta y me indicó el camino, el mismo camino que ya conocía. Cuando estábamos en el despacho la secretaria le dio la carpeta a la licenciada y salió, no sin antes regalarme otra de sus sonrisas con copia para el archivo de la memoria. Cuando quedamos solos la licenciada empezó a revisar los documentos de la carpeta, eran mis documentos, pensé. Por varios minutos los revisó con cuidado como quien busca un error para fundamentar una excusa. Pero falló porque tenía todos mis papeles en regla, con todo y las copias que me pidieron; hasta un recibo viejo de luz donde se comprobaba el domicilio que anote en la solicitud, hasta eso. Querían verificar donde vivía. Allí empezó a cambiarme la puta suerte. Esa perra suerte que no se me acaba nunca licenciado. Pinche mala suerte.
           Al final de revisar los documentos, la licenciada extendió toda la mirada de sus ojos y también sus palabras. Me dijo que el puesto que solicite ya estaba ocupado, pero que tenían otro vacante; que si me interesaba se lo dijera para que me tomaran en cuenta como principal aspirante. No me quedo de otra. Mendiga suerte. Cuando ya estaba todo, de repente nada. Entonces para qué tracé planes y futuro solidario con mi padre y con Zandra, si después nada. Pinches manipuladores de esperanzas, hijos de su puta madre. .
          Eso me dijo la licenciada. Eso. Que había otro puesto. Eso no me importó. Hubiera querido el que fuera, en donde fuera; pero cierto. Allí empezó la falacia, la maquinación que me tiene aquí. Siguió la mala suerte. Esa mala suerte que siempre me ha seguido desde que nací, esa misma mala suerte que traigo pegada como sentencia perpetúa licenciado.
          Al final de aquella entrevista me pidió que volviera la próxima semana, el martes a las once en punto. Que ella hablaría con el gerente del departamento donde me mandarían dentro de poco. Quise decirle que no me interesaba con quien tenía que hablar, pero que ya me diera una respuesta definitiva. Que me diera el trabajo
         Quise hacerlo pero no pude. Las palabras no acudieron a mi coraje ni a mis labios, la voluntad me traicionó en ese momento.
          Si en ese instante me hubiera acordado de mi padre y de Zandra se lo hubiera dicho. Por ellos yo soy capaz de todo, hasta de matar. Pero no me llegó el valor requerido al entendimiento para decirle mi sentir, mi impotencia, sólo atiné a susurrarle que estaba bien, que volvería el próximo martes. Que yo iría porque nunca tuve teléfono a donde me hablaran, y aquí donde estoy menos licenciado. Pero en eso quedamos.
        Ese día en la tarde cuando vi a Zandra conservé un poco de alegría. Estaba seguro de tener el empleo. Estaba seguro porque yo estudié Comercio y reunía los requisitos para el puesto nuevo. Estaba seguro. Hasta tenía más ilusiones compartidas para mi esperanza. Y es que el futuro era esperanzador. El descanso tranquilo de mi padre en casa y Zandra también. Toda mi felicidad futura se la debería al trabajo, al sólido trabajo que ya casi tenía. A esa confusión. Como ahora le debo todo. Hasta lo que hice con estas manos.
         Estuve muy contento toda esa tarde con Zandra. Ya no pensaba en otra cosa más que en darles toda mi protección. Todo mi presente y mi futuro. El fruto de mi trabajo; sustento de la felicidad venidera. Estuve muy contento con ella hasta que volvió a confiarme lo del pretendiente. Que ahora le regalo una esclava y unos aretes de esos caros, buenos. Y que ella pensaba devolvérselos, que no haría caso de sus pretensiones. ¿Pero entonces para qué se los había recibido?  Esa galantería, ese cortejo me preocupó bastante. Zandra quién sabe cuánto resistiría el asedio. Ese asedio. Y los demás cortejos, antes que decidiera cambiarme por otro. Con dinero. Porque quién sabe cuántas tentaciones de muchos treteros estaban cerniéndose ya sobre Zandra. Mi Zandra. Prodigio infinito de alegría y origen eterno de nostalgia. Zandra ausente de mí ahora. Zandra perdida  para siempre.
           El martes allí estaba, puntual, a las once, como me dijeron. Puntual por penúltima vez. Atravesé la oficina como quien cruza el umbral del triunfo. Así pasé esa vez. Con la mirada al frente. Con paso firme y decidido a disputar lo que era mío y siempre me ha pertenecido, pero nunca me fue dado. Nunca. Menos ahora licenciado.
          Esa ocasión continúo la pinche falacia. La puta maquinación. La licenciada me pronunció que ya estaba todo listo. Todo. Que el próximo martes me presentara en una sucursal de esa empresa en la Zona Industrial de Gómez, que a las nueve estuviera allí mismo con ella para que me dijera lo del sueldo y el horario. Que fuera el lunes.
        Fue cuando me dieron ganas de gritarle que mi padre se había puesto malo entre semana, y que no teníamos para las medicinas porque mi papá no tiene derecho al Seguro. Quise gritarle que ya me diera el trabajo. De lo que fuera. Que ya no podía esperar más. Quise gritarle mi desesperación por estar perdiendo poco a mucho todo lo que era mi existencia. Quise hacerle entender eso. Mi angustia por estar perdiendo lo que más quiero, a mi padre y a Zandra. Quise decírselo para que me entendiera. Pero el mismo valor que después me sobraría me volvió a traicionar y sólo le suplique con la mirada. Sólo eso. Arrastre la mirada suplicándole que ya, que por favor terminara con la incertidumbre del trabajo. Con la angustia del futuro.
         Arrastré la mirada de mis ojos, pero no mi dignidad. Porque aprendí que uno de jodido lo único que tiene es dignidad y esa hay que conservarla y defenderla. Eso hice con mis ojos. Estos ojos que vieron muchas veces a Zandra, y que ya no la verán más. Por eso ahora nada más la imagino. Por eso embalsamé su recuerdo con la precisión exacta de la memoria. Porque mis ojos ya no tendrán la figura de ella, que es el mejor elogio para cualquier mirada que pueda verla. Pero quedamos que volvería después; el lunes para que todo se arreglara. Nada más faltó que me dijeran cuanto me iban a pagar y el turno del trabajo. Pinches falaces. Corrompedores de conciencias y futuros.
            Volví el lunes. La suerte se me trastocó todita completa. Toda. Pero todavía faltaba que me diera el zarpazo final. Pinche mala suerte. Fue la última vez que estuve allí. La última. No volvería más. Aunque quisiera licenciado.
           Cuando llegué la secretaria me prodigó, tal vez, su mejor sonrisa de toda la mañana y su mejor mirada de soles embarrados en los ojos; como tratando de darme ánimo para que pudiera soportar lo que venía. Para que asimilara con buen ánimo lo venidero. Abrió un cajón de su escritorio y tomó una carpeta. Aquí están sus documentos, todas las contrataciones incluyendo la suya quedaron canceladas. Ya tomamos sus datos, nosotros nos comunicamos con usted. Eso me dijo la secretaría. Eso. Sentí que cada una de aquellas palabras era un golpe que me atizaban en el entendimiento. Sentí que Zandra era ya de otro. Sentí eso. Y más. Todo junto me hizo reaccionar y salir de la estupefacción en la que estaba. Déjeme hablar con la licenciada, le dije a la secretaria algo encabronado; porque a mi sorpresa siguió la indignación y la ofensa de sentirme burlado.
           Déjeme hablar con ella, no tardaré; le repetí ante la negativa que me dio la primera vez. Y me volvió a contestar que no, que la pinche licenciada estaba ocupadísima, que no podía atenderme. Quise cruzar lo que una vez me pareció el umbral del triunfo, pero me detuve porque lo resguardaba un vigilante que al ver mi actitud se puso en la puerta. Quién sabe cuántos casos como el mío ve a diario ese vigilante.
          Tal vez pensaron que quería agredir a la licenciada y al ingeniero Montano. Eso han de haber pensado. Eso. Sentí que me enfrenté al prestidigitador sólo y tramposo del destino; mi esperanza no pudo contra él.
         Sólo quería ver a la licenciada para decirle de buena manera que para que me engañaron. Que ellos que ganaban con eso. Que para qué me hicieron creer en lo que no iba a ser cierto. Quise verla para decirle que nunca se encargara de darle una esperanza de trabajo a nadie. A nadie. Porque al final uno es el que la lleva. Uno. Así como yo ahora. Eso quise decirle. Pero no me dejaron. Ni chanza me dieron de disputar lo que es mío y nunca me han dado. Nunca. Se me retuerce la angustia nada más de pensar en mi padre y en Zandra. Quién sabe qué habrá sido de ellos. Y salí, perro que desaparece arrastrando el pelambre de la impotencia.
      Ese lunes al salir de allí me dirigí a la oficina del Servicio Estatal de Empleo licenciado. Allí me fue peor. Luego luego me preguntaron que si tenía oficio o profesión, experiencia en empleos anteriores, referencias, recomendaciones y que me esperara a que las fábricas pidieran trabajadores. Que me esperara. Como si mi padre y Zandra aún pudieran esperar. Y esperé otra semana, no más. Cuando regresé me dijeron que volviera la próxima, que todavía no tenían nada para mí. Fue cuando le dije al que me atendió que ya no podía esperar más. Quería un trabajo de lo que fuera, de lo que sea. Se me soltó la lengua y le seguí diciendo que por qué me negaba uno de mis derechos si yo quería trabajar, que a poco al gobierno no le interesa que uno sea productivo. Que nada más porque no tengo amigos importantes que me recomendaran no me podían dar trabajo, que entonces por qué el presidente dice en los noticieros que sí hay trabajo y los dueños de las fábricas dicen que necesitan trabajadores.
           Todo eso le dije pero no me entendió. Antes me amenazó con echarme una patrulla. Tuve que irme. Pinche mala suerte licenciado.
           Por el camino me ajusté el traje de los condenados que traía puesto desde hace mucho.
          Esa tarde ya no busqué a Zandra. Ya no la vi. A la mejor ya no la veré más. Tome su recuerdo y me lo guardé en el pecho. Agarré un puñal pendenciero y me salí a la calle. Le dije a mi papá que ahorita venía, y es hora que no regreso.
         Dígale licenciado, dígale al juez antes de que me juzgue y me sentencie, que yo no fui el culpable de apuñalar con estas mismas manos a esa muchacha para robarle las joyas. Dígale que enjuicie a los que me engañaron. Ellos son los de la culpa. Ellos me empujaron a esto. Yo solo quería un trabajo. Eso dígale al juez licenciado, porque aquí el futuro no sirve para nada, ni siquiera el presente sirve para algo. Aquí no hay un después para la existencia. Dígale que aquí el presente no se emplea para el futuro.

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José Lupe González nació en Gómez Palacio, aunque casi siempre ha radicado en el ejido El Vergel, Mpio de Gómez Palacio, Dgo. Es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UAdeC, de la  licenciatura en Ciencias de la Comunicación. Ejerce el periodismo desde 1992. Es director del tabloide especializado sobre medios y comunicación kioSco. (http://kioscomedios.wordpress.com/)
           Algo de su obra poética se ha publicado en Fundación del Futuro, en el colectivo Comarca de Soles y en la revista Estepa del Nazas; una parte de su narrativa se encuentra en el colectivo Cuentos de La Laguna.

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