miércoles, 13 de abril de 2011

Malaquías

Por: Sergio Gómez Villarreal


Fotografía: Miguel Espino©
  Junté un buen varo, suficiente como para liquidarle la cuenta al Malaquías, para comprarle un par de churros y de pasada unos burritos que mataran el monchis que, creía, me iba a dar esa noche.
Me valía madres que me fuera a quedar sin un cinco en la bolsa; sabía que en diciembre la cosa iba a estar feíta; uno se pone down con las fiestas navideñas Beto a saber por qué y hay que tener a la mano algo para reencontrarse con su yo interno. Así que iba rumbo a la esquina de la Mina y Escobedo, con la lana en la cartera y un ciao entre los labios para la depre de fin de año. Don’t let me down.
Malaquías era una especie de cantinero electrocósmico, mi psiquiatra naturista, mi dealer y confidente, pues. Jamás me vendía más de la cuenta, decía que con siete toques a la sema cualquier pelado tenía para mantenerse cuerdo.
Mi carnal me lo presentó como su gurú. Y mi gurú siguió siendo mi hermano, que conste. Yo tenía 14 y mi carnal 21 cuando vi por primera vez a aquel chamán de 105 años.
Cómo me pones contento, Mala, decía mi hermano. Esa noche nos fuimos al Flamingos. Todavía me lo recuerdo.
Y esta otra noche, en la que le iba a pagar al Mala todo el varo que le debía, cerca de su puesto de burritos, vi como siete cabrones le partían la madre bien y bonito.
Malaquías, que tenía el rostro todo sanguaceado sobre la hielera llena de burros, me grito con los ojos, Píntale porque si no a ti también te toca.
Mi hermano andaba ahí. Fue la noche en que la comarca se quedó sin un pringuito de droga.




Pues yo nomás me acuerdo que de buenas a primeras nos mandaron para otro lado. Que ahí ya nada había que hacer.
            Al principio fue un desmadre. Me daba un culo que nos mandaran a patrullar pero ya andaba uno metido de poli. Qué le iba a hacer.
Mi jefecita me llamaba por teléfono todos los domingos. Siempre terminaba chillando la pobre. Se me hace que traía la culpa atorada en la garganta; había sido su idea de ella meterme de federal.
Pero de eso hace siete años cuando no estaba tan caliente el pedo.
No se apure, me sé cuidar, le decía para que se apaciguara y que no me hiciera chillar a mí también.
Y era cierto, me sabía cuidar. Desde chamaco aprendí a zafarme de los problemas yo solito. Suficientes líos tenía mi amá como para encasquetarle los míos.
Pero ahora, la pobre andaba cargando con la culpa. Por eso yo me cuidaba para que no me pasara nada y que mi viejecita no anduviera como alma en pena, Mataron a mijo por mi culpa.
Y mantuve distancia con todos mis compañeros. A los superiores, les hice ver que yo era un tipo serio, que iba a hacer mi chamba y ya. Nunca me dio por hablar de nada más que de trabajo. En la policía uno se tiene que andar con cuidado. Sobra quien quiera aprovechar la confianza para pedirle algún favorcito.
Una vez, el comandante me quiso tantear. Como de broma me preguntó que a quién le iba y yo le dije muy serio, casi encabronado, que el pinche fut a mí no me gustaba. Pero ambos sabíamos que no era de fut de lo que hablaba. Pues yo tampoco tengo equipo, dijo con un grito y se fue encabronado.
Yo nada más le pedía a la virgencita que se calmara la cosa y verdad que me escuchó.
            Una vez, cuando recién había llegado yo a La Laguna, el comandante me preguntó que si estaba preparado, que no cualquiera, que se necesitaban güevos para ese jale. Pues le salí más güevudo.
Al siguiente lunes, se dio un tiro en la cabeza. Dicen que andaban tras él y una de dos, o le ganó el susto, o no les quiso dar el privilegio de que se lo chingaran.
            Lo que escuchaba uno en los rondines. Y todo en claves, como si los superiores no supieran qué es un 21 o un 63. Yo  me quedaba callado y si me preguntaban algo como eso de que a quién le iba, los mandaba a chingar su madre.
            Al comandante nadie lo suplió. Se me hace que para ese entonces ya se habían dado cuenta de que nada teníamos qué hacer allá.
            La neta, todos los jefes estaban hechos bola. Nosotros salimos una semana después que el ejército. Nomás se quedaron los estatales, bueno, lo que quedó de la poli estatal. Me acuerdo que para ese entonces ya no había ni municipales; corrieron a unos e incorporaron a otros a la estatal, precisamente durante lo que llamaron La Rebelión.




Hubiera visto, usted, cómo maltrataban a la gente. Era una cosa horrible, verdad de dios. Hasta a mi marido, que en paz descanse, y a mí nos amenazaron con meternos a la cárcel.
Hágame el favor, cómo va uno a sembrar droga en el patio y menos en la cochera y en las macetas o en la jardinera. Pues ni que una fuera narcotraficanta o drogadicta.
Esa cosa empezó a crecer como yerba bien regada por toda la ciudad y nosotros ni vela tuvimos en el entierro. Aunque la verdad es que yo sí me hice un linimento de peyote para las reumas.
Sólo dios sabe cómo salió de un día para otro tanta planta. Por todos lados había mariguana y de esos hongos. Hasta se mareaba una cuando se soltaba el tufillo de las hojas.
Pues no me creerá si le digo que un día se me hace que hasta me surtió efecto nomás de estarla oliendo cuando salí a cortar todas las matas que habían crecido en el jardín.
Ahí estaba risa y risa que hasta mi marido me dijo que cómo era argüendera, que esa cosa nomás le pegaba a una si se la fumaba y que él sí se iba a echar un cigarrito si es que le daba cáncer. Pero se murió de un infarto al poco tiempo el pobre.
Le cuento que ese día que salí a cortar las plantas, yo seguía a risa y risa, igual y eran los nervios que me daban de ver a tanto policía y a tanto soldado husmeando en la colonia, en toda la comarca. Trepando a tanto güerco como si fueran delincuentes. Se llevaron a las cárceles a tanto inocente que yo creo han de haber quedado a reventar.
Yo vi cómo agarraron al más grande de los Ramos. Lo sacaron de aquí de enfrente, de su casa a golpes. Le tundieron una paliza horrible. Qué para quién trabajaba, qué para qué había sembrado tanta droga, le gritaban pero ni lo dejaban contestar.
Y tan buen muchacho que era. Pobre Betty. Ojalá y que le hayan salido como ese chamaco los otros dos.
Éste era de puros dieces. Apenas había terminado la universidad con honores y andaba buscando trabajo para ayudarle a su mamá. Pero heredó de ella lo nervioso y cuando salió disparado de la patrulla en que lo llevaban todo golpeado, le metieron como 21 balazos en la espalda. Ahí quedó tirado a en el semáforo de la Agustín Castro el más grande de los hijos de Betty.
A varias familias le hicieron lo mismo. Parecía leva. Yo creo que a mi marido se lo hubieran llevado de haber sido cinco años menos viejo.
Ha de ver que yo sí soy de las que pienso como el padre Marrero, que dios les mandó a los gobernantes una plaga como las de Egipto pero en vez de éxodo para nosotros, se largaron ellos de este desierto.




Ha habido una infinidad de hipótesis alrededor de los hechos suscitados en la comarca lagunera durante el segundo decenio de este siglo. Los primeros en formularlas, antes que cualquier académico o investigador judicial, fueron los mismos narcotraficantes.
            Un hecho es que todos desconfiaron de los otros, incluso al interior de los cárteles. Eso explica su autodestrucción.
            Bien, me preguntas si comparto la visión que ofrece Giorgio Mendetti sobre lo que llama el apoderamiento sigiloso, pues me parece absurda su hipótesis, de hecho, el término me parece estúpido. Con el respeto que merece el maestro.
            En su explicación del fenómeno, Mendetti tiende a conferirle una importancia desmedida al papel de la colectividad. Concibe a una masa con pensamientos unificados, que comparte una sola visión, que propone una solución sin que emerja del mar de gente un solo individuo que la cuestione.
            Al leer a Mendetti pienso en el cine de Sergei Eisenstein, en el ideal de masa que plasma en sus filmes. El Pueblo funciona como una máquina cuyo engranaje embona perfectamente. Pero la realidad no es así.
            En un análisis somero, parecería que estos investigadores tienen razón, que el pueblo norteño logró una dinámica de organización casi perfecta pero, con el riesgo de ser criticado por los estudiosos más conservadores, me atrevo a decir que el fenómeno está plagado de mucho más misticismo del que le damos los académicos.
            Creo que hay  hechos que los sociólogos debemos dejar a un lado y permitir que sean expuestos por los historiadores o mejor aún, por los filósofos.
Veo a la historia de la Comarca, al menos esta, como un rompecabezas al que siempre le van a faltar piezas y las que tenemos a la mano son inconexas.
¿Cómo desapareció la droga de manos de los narcotraficantes de un día para otro? no sabemos. Resulta más interesante tratar de explicar lo que vino a posteriori.

 


Sembremos los ecos que habrán de arrullarnos. Para que gotee en el tiempo, que nuestra arenga sea silencio.
Vente que separados nada. Y la voz retiembla en la cajita de pandora. Vente que juntos todo.
            Abre y vamos. Coyuntura y corva. Now or never. Todo.

Fue genial, hermoso. Circulamos el textito en todos lados. Nadie del colectivo supo de dónde salió pero se nos hizo bien chido; lo fotocopiamos esperando que a alguien le cayera el veinte de algo.
De repente, toda la raza coincidió; se trataba de salir a la calle y eso hicimos todos. Salir nada más.
Se me pone la piel chinita. Como un millón de personas afuera de sus casas, sin hacer mayor ruido que el de respirar, rascarse, toser o estornudar. Como en plan de nada pero en plan de todo.
Yo quería mentar madres al principio. Decirles a esos pinches sardos que se largaran, decirle a los pinches narcos que se murieran. Y sin abrir la boca, se mataron solos.
Me quedé callada. Callamos todos. Supimos que para ganarle a la guerra habría que masticar todo el odio del mundo y hacer como con los chicles, bombas pero de amor. Y que les revienten en la cara a los malos. 
Total, yo creo que los pinches generales no aguantaron tanta tranquilidad en medio de su caos mental. Acabaron por largarse así nomás. Y las drogas siguen creciendo y hay los mismos junkies de siempre pero la gente sale a la calle, a su calle sin ningún problema y saluda al vecino.           



  
Cuando vi a mi carnal no pensé en nada salvo en la cara madreada de Malaquías. Me puse a chillar como vieja. Eres un pendejo, por qué, por qué, por qué. Perdón, carnal. Qué frase tan pendeja, Perdón, carnal. Aquí no hay control zeta, pensé.
Mataste a Malaquías, pendejo. Yo no lo maté, lo mataron ellos, querían droga pero el Mala ya no tenía. Y de verdad que ya no tenía.
            Qué fue lo último que dijo, pendejo, me preguntó mi hermano. Soy un pendejo. Ya sé que eres un pendejo, pero eso no te pregunté.
Le expliqué que cuando lo dejaron bien madreado, salieron corriendo. Yo nomás pude huir 20 metros porque me ganaron las ganas de ayudarlo. Ahí estaba el Mala como valiéndole madres los plomazos. Se sentó en su sillita blanca de plástico y prendió un cerillo. Le pasé un cigarro pero Malaquías no fumaba. Contempló el fuego. Ahí tengo una libreta y una pluma, dijo. Empezó a dictar, Sembremos los ecos y no me acuerdo qué otras incoherencias.
Cuando el cerillo iba a apagarse, con ése mismo prendió otro.
Ya estaba delirando porque luego dijo que le iba a hacer honor a su nombre y me pidió que en otro papelito escribiera, Señores diputados, senadores, presidente, no se hagan pendejos, Let it be.

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Sergio Gómez Villarreal nació el 10 de marzo de 1986 en un hospital público ubicado en la zona limítrofe de la ciudad de Gómez Palacio, al norte de México. Creció en el seno de una familia clasemediera. Es el más joven de tres hermanos. Veintitantos años después de su nacimiento le dio por adentrarse en el mundo de la literatura. Estudió en una institución de ultraderecha una de esas carreras que se arrepiente uno de haber cursado a la mitad del camino. Su obra es escasa y toca temas universales con un tratamiento poco asequible para lectores principiantes. Lo anterior, según una crítica que le hizo una trotamundos que conoció en un restaurante naturista de Torreón. La mayor parte de su brevísima vida profesional se ha dedicado al periodismo, oficio al que, según él, le ha faltado el respeto sin querer. Ahora, amenaza con faltarle el respeto al oficio de escritor. Que dios nos libre. (Semblanza redactada por el aludido.)

4 comentarios:

  1. Me gustó. Hay unos cuantos errores ortográficos, pero nada grave.
    Fue placentera la lectura de este cuento.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Muy buen escrito. El escritor se parece a un periodista de la CDMX.

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